miércoles, 16 de abril de 2014

Odié aquel libro en la tormenta.

Odio a Paula. La odio porque su libro me ha enganchado sin llegar a gustarme. Odio a Paula porque su libro tiene seiscientas páginas, mientras que el que yo le dejé a cambio tiene la educada cantidad de doscientas. Pero sobre todo la odio porque me tengo terminar el libro, me preguntará sobre el seguro flagrante final, y, al pasar el principio que me echaba atrás, he visto que no está tan mal, por lo que me veo obligado a ofrecerle la amnistía a un par de libros que se quedaron sin leer. Odio a Paula.

Había salido al jardín con el libro bajo el brazo. Pensaba leer en mi queridísima tumbona, pero el aire, frío y mucho, y la tormenta que se acercaba por tres frentes, me impulsaron a recorrer el jardín, una práctica que debería practicar más. Andando se me ocurrió el primer párrafo de esta entrada.
Una gota cayó, una heroica gota que se atrevió a ser la primera, y tras esta, varias, que no muchas.
"Oh no" pensé "¡El libro!" Y ahí, en el húmedo aire casi frío, me quité la camiseta y enseñé mis pectorales al cielo, de haber tenido mejor cuerpo hubiese quedado más legendaria la escena, con los rayos que empezaban a aparecer en el horizonte. Corrí a la mesa y cubrí el libro con mi camiseta, después empecé a dar vueltas a la piscina dando pequeños saltos.
La lluvia se hizo diluvio y corrí a proteger el libro, la camiseta había huido ayudada por el viento, por temor a la tormenta.
Las gotas adoptaron la forma de una cortina completamente vertical. Y así es cómo acabé leyendo, bajo la mesa del jardín, sin camiseta y completamente seco en mitad de una furiosa tormenta de primavera.

2 comentarios: