lunes, 14 de abril de 2014

"Los Tres"

No es por presumir, pero creo que todo aquello fue posible gracias a Miguel, al cambio que se produjo en una de sus líneas de pensamiento.
¿Cómo comenzó la generación del 98? Tranquilos, que no vengo a examinar a nadie, y no, no me refería a la derrota del 98, me refería al Grupo de los Tres, concretamente a su manifiesto. Bien, pues Miguel recordaba eso del "manifiesto de los tres", y le hacía gracia que tres hombres, intelectuales de la época, pudiesen tener el honor de hacer tal acto simbólico que iniciase un importante movimiento cultural.
El cambio en la forma de pensar de Miguel, que será medianamente importante después, se puede resumir con la frase "cambió el protagonismo por la media sonrisa", luego os explico.
Miguel también había pensado en las reuniones de intelectuales en cafés que se habían producido durante siglos en la ciudad de Madrid, de la que era residente, y en las que se imaginaba a él mismo entre un nutrido grupo de hombres entre los veinticinco y muchos-años, discutiendo sobre interesantes temas a viva voz y entre una niebla provocada por el humo de cigarrillos. Quizá fue ahí, en su imaginación, donde, al no querer interrumpir a un inventado personaje con gafas y severa barba gris, sus ansias de protagonismo se sentaron y empezaron a escuchar.
Quería rodearse de intelectuales, eso se le metió en la cabeza, "¡La élite intelectual!" decía. Fue por ahí cuando pensó en los tres, los del manifiesto digo, los del 98, los que he dicho antes ¡leñe! ¿Cuántos intelectuales se necesitan para sentirte tú intelectual? Pues dos, supuso, y miró a su alrededor, perfecto, tenía dos amigos que encajaban en el perfil. La experiencia acabó cuando, tras intentar pasar una tarde en un café, les echaron a los veinte minutos por no consumir más y con la factura de ocho euros por bebida, sus bolsillos les traicionaron, y no volvieron.
No se daría cuenta de que a la gente, como a las novias, se la conoce cuando no la buscas, de hecho no se daría cuenta de esto hasta verse al lado de Joaquín Lanchas y a un hombre conocido como Cocodrilo, ambos, por supuesto, llevaban una etiqueta en la chaqueta en la que ponía "intelectual".
¿A qué se habría querido dedicar Miguel? Nunca lo tuvo claro, ni cuando daba una respuesta rotunda aparentando total confianza, posiblemente la respuesta fuera "a nada".
¿Y Joaquín Lanchas? Tras abandonar cabizbajo la escritura había optado por estudiar filosofía con derecho, y había acabado de cualquiera en un cubículo con forma de despacho.
Cocodrilo practicaba la abogacía, el ajedrez, la dirección de dos tiendas de figuras que pintar y con las que jugar extremadamente caras, el golf, la regencia de un restaurante chino y otro italiano, la lectura y los juegos de azar. Él era el único de los tres que en algún momento de su vida había podido susurrar "ahora mismo soy feliz".
Compraron un gran edificio, grande respecto a una casa, pequeño respecto a todo lo demás, más bien sería un pequeño edificio. Todo el dinero con el que contaban eran los ahorros de los dos primeros y una generosa suma del tercero, proveniente de los desechos de la fortuna que estaba amansando y que hacía a los otros dos sentirse ligeramente incómodos.
Miguel había dejado de intentar imponerse como líder, algo innato en él, y había empezado a dirigir los acontecimientos con delicadeza, sin que se viese su huella en ellos y sin llevarse el mérito, "cambió el protagonismo por la media sonrisa", hace y sonríe con malicia viendo a quien cree haber hecho.
Para sobrellevar los gastos, continuaron haciendo ellos mismos las reformas y las funciones de limpieza, y hasta empezaron a quedarse allí a dormir, dedicando así sus ingresos solo a comida y al gran local. También empezaron tímidamente a vender cuentos e historias que ellos mismos hacían, pues abrieron un pequeño espacio del lugar al público, y continuaron ofertando cuadros, dibujos, partituras, fotografías, ciertas piezas de basura recicladas y, en contadas veces, alcohol.
No sin mucho, muchísimo esfuerzo, dieron por terminados los preparativos y se inauguró "Los Tres", un lugar cuya función todo el mundo desconocía, incluso Miguel, Juaquín y Cocodrilo. Había muchas salas con asientos y diferentes tipos de música, una donde podías colgar un cuadro tuyo y llevarte uno que te gustase, un jardín con fuente, una donde había camas con una sección titulada "zona privada" y así todo tipo de pequeños mundos, algunos de ellos antes inimaginables, y, por supuesto, la sala más popular, era aquella donde se encontraban Los Tres.

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