lunes, 17 de agosto de 2015

Chandurria

El caballero derrotado se alza poniéndose las cenizas como cama. Llama a su adversario diciéndole que aun no se vaya. El otro, el adversario, aprieta en los labios una colilla mojada. Uno porta una espada y el otro una vara de avellano, no importa quién el qué. Los pasos vuelven a sonar en ese baile tan perfecto. Suena un grito, pero éste pertenece a la mujer que les ve luchar, mujer que se plantea el por qué está ahí y decide marcharse buscando la tierra donde las mujeres sean libres de ver la estupidez de sus maridos, o pretendientes, reflejada en duelos. Suena un grito, esta vez de hombre. Cae una colilla, media vara de avellano y sangre del espadachín. Uno ha muerto, el otro también, pero uno ha muerto de cementerio, al otro solo se le ha muerto el honor. El vencedor, que ni él sabe ya quién es con tanta vuelta dada al ruedo, busca a una mujer que ya no está. Entierra al muerto con la espada, dejando constancia de la sepultura con la mitad de la vara de avellano clavada en la tierra a la altura de la cabeza del muerto. Entonces se va caminando utilizando la otra mitad de la vara como bastón.

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