domingo, 16 de agosto de 2015

Pillow man

Les prometí a Manuel y a Carlos que si me lo pasaba bien escribiría esta entrada, y como mientras tenía la noble labor de sujetar la almohada Carlos me dijo "eh, eres Pillow man", le prometí a él que ese sería el nombre de la entrada.
Realmente habíamos quedado los tres con el inocente propósito de ir a una tienda donde se iba a hacer el ensayo final de un juego de cartas de gladiadores que consistía en que jugábamos gratis y, con el pulgar hacia arriba o hacia abajo, decíamos si nos gustaba o no. Jugar jugamos, pero Manuel comentó de broma (creo que empezó de broma) "¡Vámonos de fiesta!" y, broma o no, acabamos por irnos de fiesta.
Ahora bien, mientras volvía a casa de madrugada decidí contar esta historia de forma ininteligible, de forma que la pudiesen entender solo Carlos y Manu, como mucho. Es una historia contada en forma de imágenes:
Juego de cartas de gladiadores, reducción al absurdo, bus de veinte minutos, conversación sobre la amiga de la novia, ¿dónde está el Barrio de las Letras? Punto y coma, libros y modo avión, ingeniería al hacer una cama, la cucaracha musical, frutos secos de barrio y medio, vueltas y vueltas que llevan a un bar cerrado, club de striptis al que no nos quisieron invitar, apoyados contra la pared que criticaba un grupo de música, el bar de la boca del hermano, luz blanca que teletransporta a las personas, prostitutas limón-vodka*, la boca grande de Carlos, la larga elección del amigo de Harry, sillas oxidadas, charla sobre mujeres, diferentes puntos de vista en la profundización de la vida amorosa de Miguel, Manuel abraza a Miguel por encontrar el romanticismo perdido, fotografía de mujer con piercing en el pezón, sudaderas grandes y pequeñas, pasillo amarillo con puerta al fondo, tras los pasos de Cecilia, autobús de curiosos ocupantes, hombre que no cree que no tenga fuego y me han hecho caso y han arreglado la cerradura.

*Este punto, "prostitutas limón-vodka", sí lo voy a explicar. Nos encontrábamos de vuelta en Gran Vía, habíamos salido del Rey Lagarto porque la abuela de Carlos le había llamado para preguntarle que si estaba bien, y ya que estábamos fuera decidimos ir a la azotea de Manu, lo que nos llevó a la calle Montera. Allí entramos en un chino y empezamos a ver qué podíamos comprar, haciendo una broma por cada posible bebida. Entonces entraron dos prostitutas de las que por allí transitan y el chino inmediatamente les sacó un bote de refresco de limón y un botellín de vodka. Una de las dos mujeres, la más grande, dio un largo trago al refresco, vaciaron el alcohol en él, lo removieron con una pajita y pagaron cinco céntimos (antes de que se marchasen a Carlos le dio tiempo de decir "ese vodka no compramos, que sabe a perfume" y ambas prostitutas le echaron una mirada que me encantó, pues ahí fueron ellas, quienes quiera que fuesen realmente, y no lo que fingen ser). Después entraron dos prostitutas más y repitieron el proceso, con la diferencia de que encargaron al hijo del chino, que no sabía dónde esconder la erección, que les vaciase medio refresco. Pagaron solo un euro.

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