jueves, 20 de agosto de 2015

P.

La descalzo, llevaba manoletinas negras. Le quito el calcetín del pie izquierdo, cojo éste y lo sopeso. Está algo frío, es muy blanco y está como encogido, como si fuese un pie tímido. El pie, y probablemente también el otro, ha sido lavado hace poco, seguro que ella se ha duchado esa misma tarde para la ocasión. No está sucio y huele bien, pero el calcetín ha dejado una bolita negra de lana entre el dedo gordo y el índice, la quito y ya toco todo el pie, pasando mis dedos entre los suyos y palpando un talón que de seguro recibe algún tipo de crema, pues está suave, de forma que no se sabe dónde acaba el talón y dónde empieza el pie. Después le quito el otro zapato y el otro calcetín. Examino el pie derecho de la misma forma que el anterior aunque ahora lo hago como si lo hiciese por cumplir, por seguir una simetría, no porque me apetezca realmente. Deposito los pies en el felpudo que coloqué antes de empezar al saber que el suelo estaba frío. Entonces me levanto, cojo sus pantalones elásticos a la altura de la cintura y se los quito con breves y alternos tirones. Los doblo y los dejo sobre la mesa. Ella sube los brazos y le quito la camiseta, que acaba al lado de los pantalones aunque peor doblada. Me vuelvo a agachar y paso mis manos por sus piernas, esta vez con interés por ambas. Entonces cojo la espuma y la extiendo con cuidado sobre su piel. Después la retiro con la cuchilla, dejando surcos suaves. Termino con la derecha y hago lo mismo en la izquierda. Vuelvo a pasar mis manos por sus piernas, están suaves. Entonces retiro sus bragas, las dejo encima de la cama y abro ligeramente sus piernas. Con unas pequeñas tijeras voy cortando los pelos, primero de encima, luego de los lados. Cuando termino vuelvo a echar espuma, pero echo menos y la extiendo con más cuidado. Luego rasuro lentamente. Cuando termino paso el dedo por encima y tengo que volver a echar espuma y pasar la cuchilla. Le desabrocho el sujetador y observo detenidamente su vientre y espalda, arrancando con una pinza cada pelo que encuentro. Observo que tiene vello en las aureolas de los pezones y lo empiezo a quitar con pinzas, pero le oigo sonidos de dolor ahogado, por lo que tapo sendos pezones con tiras de cinta adhesiva y los retiro muy rápidamente, dejando la piel roja debajo. En las axilas repito el proceso de la espuma y la cuchilla. Por último llego a la cabeza y empiezo a cortarle el pelo con unas tijeras grandes. Ella tiene los ojos cerrados y llora en silencio, comenta:
—Aun recuerdo las canoas.
Y yo, al terminar de usar las tijeras, paso por su cabeza una maquinilla eléctrica para después afeitar también. Dejo para el final los pelos de encima de los pies, de los nudillos, de encima del labio, de la nariz, las cejas y las pestañas.
Cuando lo recojo todo y limpio, dejándola dormida en la cama antes ocupada por las ropas que ahora descansan en la silla en la que ella estaba sentada, salgo al pasillo y recuerdo lo que ella ha dicho. En el cañón de un río ella vio navegar tres canoas naranjas y comentó que le encantaría ir en una. Después, cuando bajamos y la llevé a un pequeño muelle viejo donde estaban esperándonos las tres canoas, ella lloró de emoción.

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