La descalzo, llevaba manoletinas negras. Le quito
el calcetín del pie izquierdo, cojo éste y lo sopeso. Está algo frío, es muy
blanco y está como encogido, como si fuese un pie tímido. El pie, y
probablemente también el otro, ha sido lavado hace poco, seguro que ella se ha
duchado esa misma tarde para la ocasión. No está sucio y huele bien, pero el
calcetín ha dejado una bolita negra de lana entre el dedo gordo y el índice, la
quito y ya toco todo el pie, pasando mis dedos entre los suyos y palpando un
talón que de seguro recibe algún tipo de crema, pues está suave, de forma que
no se sabe dónde acaba el talón y dónde empieza el pie. Después le quito el
otro zapato y el otro calcetín. Examino el pie derecho de la misma forma que el
anterior aunque ahora lo hago como si lo hiciese por cumplir, por seguir una
simetría, no porque me apetezca realmente. Deposito los pies en el felpudo que
coloqué antes de empezar al saber que el suelo estaba frío. Entonces me
levanto, cojo sus pantalones elásticos a la altura de la cintura y se los quito
con breves y alternos tirones. Los doblo y los dejo sobre la mesa. Ella sube
los brazos y le quito la camiseta, que acaba al lado de los pantalones aunque
peor doblada. Me vuelvo a agachar y paso mis manos por sus piernas, esta vez
con interés por ambas. Entonces cojo la espuma y la extiendo con cuidado sobre
su piel. Después la retiro con la cuchilla, dejando surcos suaves. Termino con
la derecha y hago lo mismo en la izquierda. Vuelvo a pasar mis manos por sus
piernas, están suaves. Entonces retiro sus bragas, las dejo encima de la cama y
abro ligeramente sus piernas. Con unas pequeñas tijeras voy cortando los pelos,
primero de encima, luego de los lados. Cuando termino vuelvo a echar espuma,
pero echo menos y la extiendo con más cuidado. Luego rasuro lentamente. Cuando
termino paso el dedo por encima y tengo que volver a echar espuma y pasar la
cuchilla. Le desabrocho el sujetador y observo detenidamente su vientre y
espalda, arrancando con una pinza cada pelo que encuentro. Observo que tiene
vello en las aureolas de los pezones y lo empiezo a quitar con pinzas, pero le
oigo sonidos de dolor ahogado, por lo que tapo sendos pezones con tiras de
cinta adhesiva y los retiro muy rápidamente, dejando la piel roja debajo. En
las axilas repito el proceso de la espuma y la cuchilla. Por último llego a la
cabeza y empiezo a cortarle el pelo con unas tijeras grandes. Ella tiene los
ojos cerrados y llora en silencio, comenta:
—Aun recuerdo las canoas.
Y yo, al terminar de usar las tijeras, paso por su
cabeza una maquinilla eléctrica para después afeitar también. Dejo para el
final los pelos de encima de los pies, de los nudillos, de encima del labio, de
la nariz, las cejas y las pestañas.
Cuando lo recojo todo y limpio, dejándola dormida
en la cama antes ocupada por las ropas que ahora descansan en la silla en la
que ella estaba sentada, salgo al pasillo y recuerdo lo que ella ha dicho. En
el cañón de un río ella vio navegar tres canoas naranjas y comentó que le
encantaría ir en una. Después, cuando bajamos y la llevé a un pequeño muelle
viejo donde estaban esperándonos las tres canoas, ella lloró de emoción.
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