sábado, 8 de agosto de 2015

El cigarrillo

El cigarrillo, con su humo de lento subir, parece decir que el tiempo ha de ir lento. Además iba a llover, estaba seguro, pero no ha llovido. Todo parece indicar que deba estar triste. Pero qué narices.
Me levanto, cojo el sombrero, las gafas de sol y me demoro apenas un segundo pensando en si llevar capa o gabardina. Qué más da, esto es un escrito, si no me describo nadie me va a ver. Bajo hasta el primer piso en vez de al bajo. Allí llamo a la puerta de un entrañable y desconocido señor, le beso en la mejilla y salto desde la ventana de su salón hasta la calle. Allí me acuerdo del cigarrillo, con su lento devenir y no puedo evitar reírme. Sigue oliendo a lluvia sin que llueva, tampoco hay hormigas voladoras de esas que presagian el diluvio. Camino deprisa, tanto que acabo pasando sobre la piscina sin hundirme como hiciera un amigo mío unos dos mil años atrás. Saludo a las damas, que no me saludan porque dicen que nunca hablo bien de ellas en mis escritos. También dedico un tiempo a pensar en mis sueños de esta noche y el de la pasada. Una vez fui a escribir una historia de un chico que tiene su vida real y otra distinta mientras duerme, dentro del sueño. Al final terminaban por mezclarse ambas historias de modo que no sabía cuando soñaba y cuando no, terminando todo con una incógnita. Ahora pienso que eso se está cumpliendo, que las personas de mi vida pasada o actual se arrastran hasta mis sueños, donde todo es siempre al revés. Dejo de pensar. Salto vallas y nunca abro puertas. Llego hasta el metro y en vez de esperar a la serpiente me lanzo a las vías y entro corriendo en el túnel que me llevará a la siguiente parada. Al final me encuentro cansado, pienso que el cigarrillo se habrá apagado, y fuera, en la calle, de pronto llueve barro.

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