Y el niño murió y en el cielo se vio de pronto
frente a un inmenso dios sentado. Tenía cara de humano pero aun así recordaba a
un felino.
—Mi mamá dice que tú no existes —Y el gato ladeó
la cabeza— No, no existes.
Y el dios maulló como maullaría un ser que fuese
dios, hombre y gato a un tiempo.
Entonces todo cambió y el niño se vio en un parque
con árboles de hojas de plata, suelo liso, blanco y brillante y una espesa
niebla que lo rodeaba todo. Había un banco, el niño se acercó y se sentó. De
pronto vio que en la pequeña superficie que lograba ver frente a él había
muchos bebés gateando, sentados o intentando ponerse de pie. Una voz contestó a
sus preguntas sin formular.
—Esto es el limbo. Aquí vienen quienes no han sido
bautizados.
Quien hablaba, comprobó el niño, era un esqueleto
que vestía túnica negra con capucha y portaba una guadaña, parecía inmensamente
triste. El niño no recordaba si a él lo habían bautizado, probablemente no.
—¿Y por qué son todo bebés?
—Porque ellos aun no pudieron ser buenos o malos.
—¿Y por qué estoy yo aquí?
—Porque le has dicho a Dios que no existe creyendo
de verdad que así era.
—¿Y cuál es tú relación con él?
—Sería difícil de explicar.
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