domingo, 30 de agosto de 2015

La tormenta

La tormenta llegó de pronto, en cuestión de dos minutos. Todos los asistentes de la piscina, a la carrera, cogieron sus bolsas y toallas y corrieron a sus respectivos portales. La socorrista se lanzó a recoger los salvavidas y el palo del limpiafondos. Mi padre, mi hermano y yo la observábamos desde la misma ventana. Empezaban a caer las primeras gotas y los rayos surcaban el cielo en horizontal. Una neblina lo cubrió todo, desdibujando ligeramente las formas. La socorrista, sola, amontonaba las sillas de plástico mientras el viento huracanado amenazaba con tirarla al agua. El portero se guareció en su cubículo y yo dudé si me daría tiempo de bajar y ayudar a la mujer antes de que hubiese terminado. Al final la socorrista salió corriendo sin haberse puesto el pantalón corto que traía por las mañanas, de forma que contra el gris del cielo y del aire destacaba el verde de su bikini. El agua de la piscina se ondulaba como si engendrase olas. Allí quieto, ya solo, me di cuenta de por qué me picaban los ojos y de dónde venía aquel olor, la aparente neblina era en realidad arena que transportaba el viento.

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