martes, 18 de agosto de 2015

Gato

Ceniza me la había vuelto a jugar. Desperté de la siesta en mitad de un prado, de cara a un cielo azul nublado. Lo más llamativo, la verdadera razón por la que escribo esto, es que me desperté siendo un gato. No era la primera vez que era objeto de una de las bromas, o venganzas, de Ceniza, así que en vez de agobiarme, intentar orientarme o buscarla preso de la ira, me lancé saltando por el prado en busca de una charca, porque lo que más deseaba en ese momento era ver qué tipo de gato era. Pese a estar todo verde no di con ningún charco, lo más parecido fue un abrevadero de caballos con el agua sucia donde me llevé un gran disgusto. Era un gato blanco con el lomo color caramel. Ceniza podía haber hecho de mí un gato negro, o uno gris de ojos mágicos, pero no, tenía que haberme puesto colores de gato aburguesado. Al principio deambulé de mal humor por donde las hierbas eran más bajas, le bufé a una vaca sin tener ningún motivo. Deseaba que llegase ya el momento de mi reconversión en humano y poder entonces negarle a Ceniza mi conversación. Sin embargo vi una mariposa volar hasta posarse en mi nariz, mover las alas dos veces y proseguir el vuelo, entonces no pude sino ir saltando tras de ella, intentando alcanzarla con mis zarpas. Y con eso y cosas parecidas pasé la tarde.
Pero llegó la noche, y con ella el frío. Yo era un gato, los gatos sienten menos frío que las personas, o, mejor dicho, lo resisten más, pero el frío lo sienten igual. Y no solo hacía frío, sino que cuando Ceniza me convierte en animal, si éste es relativamente pequeño, suelo temer que me coman, es un sentimiento que no se llega a sentir de forma plena cuando se es humano, es un sentimiento que mezcla el escalofrío y la más profunda incomodidad. Pero se me hizo la luz, literalmente, pues fui a topar con una casa rural con las luces encendidas. La puerta era de cristal y solo tuve que maullar un par de veces para que una mujer muy guapa abriese la puerta y me acariciase (que placer, por dios), lo malo es que después cerró. Seguí maullando hasta que un hombre abrió y me dejó un recipiente con leche tibia y un poco de jamón, pero, como yo quería a la mujer diciéndome cosas bonitas y no al hombre, no probé bocado en forma de castigo. De cualquier forma yo seguía teniendo frío, además de que sabía que cuando apagasen la luz y se fuesen a dormir el miedo a ser devorado reaparecería, por lo que tomé medidas drásticas. Me acerqué al cristal, fijé mis ojos en la mujer que leía dentro y cuando ella me miró levante la pata derecha y golpeé dos veces el cristal, ella exclamó de ternura. Así es cómo logré que me abriesen, lo malo es que querían encerrarme en el baño, pero pude rehuir esa prisión al bufar cada vez que comentaban la idea, no entiendo cómo no descubrieron que no era un verdadero gato.
Allí, sobre el sofá tumbado y con ellos durmiendo (o no) en su cuarto, se me ocurrió hacer alguna fechoría, pero no lo veía bien si me habían ayudado, además de que no sabía cuánto tiempo tardaría en volver a andar sobre dos patas, digo piernas, y dejar de ver las cosas desde abajo. Al día siguiente salté al suelo y corrí hacia la puerta como quien corre al baño tras un apretón. Antes de llegar sentí un gran dolor en la espalda y me erguí como un hermoso hombre desnudo. Recorrí la carretera asfaltada hasta el pueblo (seguía desnudo) donde pensé en preguntar a ver si me ubicaba. Lo que se iba a reír Ceniza cuando se lo contase todo.


Dedicado a la gata embarazada a la que le encantaba el jamón ibérico pero a la que no dejaron entrar por no estar vacunada.

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