Ceniza me la había vuelto a jugar. Desperté de la
siesta en mitad de un prado, de cara a un cielo azul nublado. Lo más llamativo,
la verdadera razón por la que escribo esto, es que me desperté siendo un gato.
No era la primera vez que era objeto de una de las bromas, o venganzas, de
Ceniza, así que en vez de agobiarme, intentar orientarme o buscarla preso de la
ira, me lancé saltando por el prado en busca de una charca, porque lo que más deseaba
en ese momento era ver qué tipo de gato era. Pese a estar todo verde no di con
ningún charco, lo más parecido fue un abrevadero de caballos con el agua sucia
donde me llevé un gran disgusto. Era un gato blanco con el lomo color caramel.
Ceniza podía haber hecho de mí un gato negro, o uno gris de ojos mágicos, pero
no, tenía que haberme puesto colores de gato aburguesado. Al principio deambulé
de mal humor por donde las hierbas eran más bajas, le bufé a una vaca sin tener
ningún motivo. Deseaba que llegase ya el momento de mi reconversión en humano y
poder entonces negarle a Ceniza mi conversación. Sin embargo vi una mariposa volar
hasta posarse en mi nariz, mover las alas dos veces y proseguir el vuelo,
entonces no pude sino ir saltando tras de ella, intentando alcanzarla con mis
zarpas. Y con eso y cosas parecidas pasé la tarde.
Pero llegó la noche, y con ella el frío. Yo era un
gato, los gatos sienten menos frío que las personas, o, mejor dicho, lo
resisten más, pero el frío lo sienten igual. Y no solo hacía frío, sino que
cuando Ceniza me convierte en animal, si éste es relativamente pequeño, suelo
temer que me coman, es un sentimiento que no se llega a sentir de forma plena
cuando se es humano, es un sentimiento que mezcla el escalofrío y la más
profunda incomodidad. Pero se me hizo la luz, literalmente, pues fui a topar
con una casa rural con las luces encendidas. La puerta era de cristal y solo
tuve que maullar un par de veces para que una mujer muy guapa abriese la puerta
y me acariciase (que placer, por dios), lo malo es que después cerró. Seguí
maullando hasta que un hombre abrió y me dejó un recipiente con leche tibia y
un poco de jamón, pero, como yo quería a la mujer diciéndome cosas bonitas y no
al hombre, no probé bocado en forma de castigo. De cualquier forma yo seguía
teniendo frío, además de que sabía que cuando apagasen la luz y se fuesen a
dormir el miedo a ser devorado reaparecería, por lo que tomé medidas drásticas.
Me acerqué al cristal, fijé mis ojos en la mujer que leía dentro y cuando ella
me miró levante la pata derecha y golpeé dos veces el cristal, ella exclamó de
ternura. Así es cómo logré que me abriesen, lo malo es que querían encerrarme
en el baño, pero pude rehuir esa prisión al bufar cada vez que comentaban la
idea, no entiendo cómo no descubrieron que no era un verdadero gato.
Allí, sobre el sofá tumbado y con ellos durmiendo
(o no) en su cuarto, se me ocurrió hacer alguna fechoría, pero no lo veía bien
si me habían ayudado, además de que no sabía cuánto tiempo tardaría en volver a
andar sobre dos patas, digo piernas, y dejar de ver las cosas desde abajo. Al
día siguiente salté al suelo y corrí hacia la puerta como quien corre al baño
tras un apretón. Antes de llegar sentí un gran dolor en la espalda y me erguí
como un hermoso hombre desnudo. Recorrí la carretera asfaltada hasta el pueblo
(seguía desnudo) donde pensé en preguntar a ver si me ubicaba. Lo que se iba a
reír Ceniza cuando se lo contase todo.Dedicado a la gata embarazada a la que le encantaba el jamón ibérico pero a la que no dejaron entrar por no estar vacunada.
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