lunes, 24 de agosto de 2015

Rapidito

Diana dice que no, que ella no le cae mal a Laura, pero María le confiesa que sí, que no solo le cae mal en secreto sino que además habla mal de ella a sus espaldas. Diana se siente traicionada y María, que también le cae mal a Laura, se siente un poco como en un pedestal por encima de Diana, porque aun cayéndole también mal lo hace de un forma llana y quieta. Pero bueno, Diana se recupera de ese inesperado tumor que le ha salido a su historia, lo rodea sintácticamente, y sigue contando que ya eran las dos y media, de la noche, por supuesto, y que Sara había desaparecido, pero que conste que a ella no le importaba, eh, que ella estaba bien sola, pero que joe, que desaparece así, sin decir nada a nadie y medio borracha, y claro, luego pasa lo que pasa, que le encontraron medio desnuda entre unos arbustos y Juan juraba que se la había chupado, pero Sara dice que no, ¿sabes? Que si no se calla la puta boca le va a partir la boca...
Y yo en ese momento las adelanto, porque camino más deprisa, y decido que quiero que se fijen en mí, así que me pongo a hacer posturitas, y mira que brazo, y el pelo así y asá, y pongo carita triste, ¿y esta sonrisa de medio lado? ¿Qué, eh? Pero nada, oye, que Pablo, que Pablo y más Pablo. Pablo, Pablo, Pablo, Pablo y ay que guapo es Pablo, que sincero, y su pelo rubio... Aunque la verdad es que Pablo es tan genial... Me convencen, me vuelvo pablista, porque Pablo está callado, pero de pronto habla y dice lo que tiene que decir, y esos ojos tan, tan profundos, como dos charcas escondidas en el bosque. Cuando Pablo mira al infinito se me pone la piel de gallina y solo deseo que me bese... Un momento, ¡pero qué es esto! Diana, que parecía una adolescente cuenta-anecdotas de pacotilla, inspirada por la malvada Laura, ha desarrollado la magia de la manipulación. ¡Maldita psicópata! Acelero el paso y deseo quitarme de la cabeza ese pensamiento, ¿qué pensamiento? Ah, sí, Pablo, hecho de oro y charcas azules... ¡Rayos y retruécanos! Ya lo tengo, recuerdo que hace tan solo un momento, cuando aun no oía hablar a Diana y María por encontrarme algo rezagado, pensé, en clave de humor, que esa pobre chica (la que después fue llamada Diana) era pobre pese a vestir bien. Lo pensé porque la pobre mujercita llevaba unos pantalones de hacía años que le quedaban pequeños, tanto que por encima de cada pierna le sobresalía media nalga.
Al final llego a casa, introduzco en la cerradura la llave de capuchón naranja y la puerta se abre, sin ofrecer resistencia, ¡qué felicidad! Me han hecho caso y la han arreglado.

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