miércoles, 12 de febrero de 2014

Como lluvia en el tejado.

Y así, otra vez, subió al tejado. Lo hizo con cuidado porque llovía mucho, muchísimo. Todo lo salía mal, supuestamente ese era el día que iba a emprender el viaje y no le habían dejado, en el último momento, y no era porque lloviese, él estaba dispuesto a emprender la marcha cuando saliese el sol, pero nada.
Ahí arriba, de noche, sintió frío y se sintió algo estúpido, por lo que las lágrimas llamaron a los ojos y como el no las quería dejar, empezó a gritar, callado por la lluvia, para que nadie le oyese. Gritó y gritó ¡Gritó! y al final las lágrimas le ayudaron a gritar. Cuando la garganta se le negó a continuar de puro dolor, se tumbó sobre las tejas frías y resbaladizas. Por lo menos ese día la luna era luna, no traía misterio con ella. Él, hizo mal y dejó pasar a un recuerdo, no pudo cerrar la puerta a tiempo y entraron en tropel tantos platos rotos, tantos "no" a mala leche, tanto desprecio y aquella indiferencia. Pidió un poco de agua a la lluvia para ponérsela en los ojos, y volvió a gritar, y a gritar y a gritar, como para encender las luces de todos los dormitorios en una película de dibujos, Gritó y GRITÓ, gritó mucho. Y cada vez que lo digo, es porque lo hacía más desgarrado, más perdido, más triste y con esa sensación que no se sabe qué es. Gritó ¡¿Y ustedes?! ¡Griten con él! ¡Él les necesita! Griten, libérense, griten a la luna para que se vaya, griten a la lluvia para que encienda chimeneas, seque charcos y lo ponga todo verde. Solo griten.
Griten.
Gritó.
Y murió de tanto gritar.



-Adolescentes-

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