sábado, 15 de febrero de 2014

Cuento de buenas noches

Papá, ¿por qué ya no me lees cuentos?
Porque papá está triste, hija.
Cuando se murió mamá me leíste más que nunca, y también estabas triste.
Pero es que tampoco tengo qué leerte.
Ahí hay muchos libros dijo señalando la estantería que quedaba fuera de la luz de la lámpara de noche.
Está bien se sentó en la cama, entre la lámpara y la niña, libro en mano.
"Erase una vez un conejito rosa que vivía..."
¿Qué es eso?
El cuento que has pedido.
Pero no es como los otros.
El padre suspiró.
Hija, los otros me los inventaba.
¿Y no puedes hacerlo otra vez? porfaa le miró a los ojos y él, a su pesar, aceptó.
"El arma estaba fría, como el brazo del hombre que, tirado en el suelo, la sujetaba ya sin fuerza. La puerta se volvió a abrir y el comisario se asomó, y, tras echar un vistazo rápido, entró. Jadeaba, tenía el pelo largo pegado a la frente por el sudor y se apretaba con fuerza la herida del hombro que no dejaba de sangrar. Entró y casi sin mirar le dio una patada a la pistola para alejarla del confidente ya muerto. Se agachó frente a la pequeña caja fuerte y de ahí sacó la bolsa de un kilo de cocaína. Con la navaja se hizo una raya y sacudió la cabeza con la nariz ya blanca. Se volvió a agachar y sacó tres fajos de billetes. Paró al oír un ruido, pero antes de sacar el revólver, una voz conocida le tranquilizó.
No me gusta que te lo pases bien sin llamarme.
¿También quieres que lo haga cuando me vaya de putas? y le sonrío a la mujer que poca piel dejaba sin enseñar bajo su vestido rojo. Aunque bueno, te sentirías como en casa, al fin y al cabo eres la reina de las putas.
Ella también sonrió.
Sabes que echaré de menos comentar lo pequeña que la tienes —abrió su pequeño bolso de fiesta, sacó un arma y..."
El padre cerró el libro que supuestamente estaba leyendo, besó en la frente a su hija y antes de apagar la luz se fijó en la sonrisa que se le había quedado antes de dormirse.

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