viernes, 21 de febrero de 2014

Cosas de números

Los doses eran los dueños de la tierra, vivían de lujos en sus hamacas y no tenían demasiadas roturas de rutina, por otra parte tampoco las pedían. No todos los doses eran así, había algunos que antaño habían sido la vergonzosa cifra de uno con nueve, pero que a base de duro esfuerzo y pintura granate se habían convertido en doses, aunque doses menores, claro. Estos solían ser los capataces de látigo en mano que azuzaban sin descanso a los unos, los unos blancos, los esclavos.
Por aquella época gobernaba un extraño espécimen, la singular cifra de dos con dos, que casi muere atragantado por una uva cuando vio lo que vio.
Arrastrando los pies, con la vista en el suelo, avanzaba un tres de un verde desgastado por el sol... con un menos negro a un lado. Los doses capataces y algún dos burgués algo más activo le cerraron el paso.
Durante mucho tiempo nadie supo cómo tratarle. Por si acaso le daban placeres, pero limitados, y todos, todos, murmuraban sobre él, incluso los unos, que en él encontraban una distracción a su exhaustivo sufrimiento.
Una noche, varios doses fueron atraídos por unos gritos de dolor y vieron una escena grotesca. El dos con dos había sido arrancado, separado. La coma y un dos se encontraban tirados en el suelo, ya fríos, y el tres, poniendo un pie en la base del dos aun vivo, que no dejaba de gritar, tiraba con la manos del arco y, con un crujido, lo arrancó. Empezó a brotar sangre, y el tres lentamente alzó el arco arrancado sobre su cabeza y, gritando de rabia mientras su verde era goteado por la sangre, partió el arco en dos de otro crujido.
Era un tres, había nacido para gobernar, pero era negativo, así que debía ser malvado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario