miércoles, 26 de febrero de 2014

Polvo.

Ante el caos en el que se había convertido su vida, creó una casa en su imaginación y la perfeccionó durante meses. Sí la hizo grande, y a las afueras, pero para nada era bonita. Creó lo que en otro tiempo fue una mansión, pero dejó que el tiempo la tomase y se sucumbiese a la anarquía de las plantas.

Cuando un día el suicidio saludó como posibilidad, no lo dudó, cogió del perchero la chaqueta y un nombre falso, Biecen Torson, y en coche se dirigió al número 25 de ninguna parte. Supo dónde era, pues había dedicado un par de días a imaginar los alrededores.
La casa era perfecta, aterradoramente perfecta. Por si acaso, antes de entrar, creó a dos muchachos, no con mucha gana, pues a uno hasta se le olvidó ponerle una oreja. Los llamó David y Davicín, al primero le dio un arma y le dijo que esperase fuera y al otro lo hizo chiquitito y se lo metió en un bolsillo de la chaqueta. Y entonces, entró.

Durante los primeros pasos, la oscuridad era total, pero llegó un momento en el que cada zancada aclaraba un poco la sala y su cabeza y así, después de andar mucho, se encontraba mejor y estaba en un bonito salón. Una mujer rubia le quitó la chaqueta desde detrás y se la llevó de la sala y enfrente de él apareció un hombre con un polo verde.
-Siéntate- Y su sonrisa fue la más cálida nunca antes vista.
Le sirvieron bebidas varias y unos trozos de pastel bastante jugoso. Además de la mujer rubia y el hombre de polo verde, también apareció una adolescente vestida de negro y con los ojos pintados, una anciana con un vestido de flores y un hombre muy atractivo con traje.
Llegó un momento en el que empezaron a aparecer todas las personas de su imaginación, pero solo pudo fijarse, con lágrimas en los ojos, de los primeros a los que había creado, Juan el Pepe, Jimy Ferlopez, Eustaquio Peluda, Jimfor Ever y los tres caballo-unicornios, Sispir, Chimenea Ardiendo y el tercero, del que nunca se acordaba del nombre, pero tenía algo que ver con el agua.
Las cuatro veces que Biecen Torson se disculpó diciendo que ya era tarde y que debía marcharse, la mujer rubia le cogió suavemente de los hombros y le sentó.
Pasó el tiempo y encontró el amor, amigos, tranquilidad, felicidad...

Pero un día... La puerta por la que una vez entró, la del salón, se abrió de un portazo y entró Davicín, empapado en sudor y sangre y gritó
-¡¡¡Es una trampa!!!
A la mujer rubia se le abrieron los ojos de manera descomunal
-¡Quién es ese!- Y mientras lo decía, su tono de voz cambió volviéndose muy grave.
Biecen Torson notó que todo empezaba a cambiar, la adolescente de negro se agachó y empezó a jugar con juguetes de niño pequeño, la anciana comenzó a reír a carcajadas y el hombre de traje, sentándose a su lado, envejeció cincuenta años de golpe. El hombre del polo verde vació de un trago su taza de té, cogió otra y la acabó de un trago y tras esto empezó a beber directamente de la tetera. El resto de sus nuevos amigos desaparecieron por una puerta. Entonces, la mujer rubia mutó, sus uñas crecieron, se le alargaron los colmillos y sus ojos se hicieron verdes brillantes. Davicín corrió hasta la puerta por la que todos se habían marchado y luchó con el picaporte, pero hasta allí llegó de un salto la mujer rubia, que de un rápido movimiento con la mano, le sesgó la garganta, dejando una línea roja en la pared. Ahora que ella le daba la espalda, Biecen Torson supo que sería su única posibilidad, salió por donde una vez entró y se puso a correr. Aunque se internó en la oscuridad y oía a la mujer rubia gritar cerca de él, en alguna parte, no se dio la vuelta. Finalmente chocó contra algo y le abrió la puerta a la luz. Al salir sí se dio la vuelta y vio cómo la casa se derrumbaba frente a él, convirtiéndose en polvo.
Estaba a punto de darse la vuelta cuando de los escombros salió gritando la mujer rubia, abalanzándose sobre él... Un sonido hueco y a la mujer, aun en el aire, se le destensó la cara y le apareció un resplandeciente punto rojo en la frente. Al caer al suelo, sus rasgos volvieron a la normalidad. Asombrado, Biecen Torson se dio la vuelta para descubrir a David, con el arma aun humeante en brazos. Apenas sin gesticular, este le dijo.
-¿Qué? ¿Nos vamos?

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