jueves, 8 de octubre de 2015

Deyan

Deyan es el favorito, cuando sube al rin todos le vitorean. Él levanta sus brazos y le grita al público, el cual parece encantado de que le griten. Su contrincante aún lleva puesta la capucha de la bata, a él nadie le ha vitoreado, de hecho ha subido al rin sin presentaciones, como si se estuviese colando donde no era bien recibido. Deyan sigue dando vueltas sobre sí mismo con los brazos en alto, el encapuchado piensa que se parece a un general romano que vuelve victorioso de una contienda, lo que ocurre es que éste aún no ha peleado. De pronto unos minutos pasan en cuestión de segundos: el árbitro y el megáfono hablan, Deyan hace una última exhibición de musculatura, el encapuchado se quita la bata mostrando un cuerpo más bien enclenque, se saludan chocando los guantes y Deyan no deja de sonreír cuando le propina un puñetazo que le manda contra las cuerdas.
Parpadea un par de veces para desentumecer la cara, nota sangre por alguna parte y en cada parpadeo ve cómo Deyan se va acercando, verle a cada segundo teletransportado un metro más cerca es una sensación de lo más angustiante. Deyan echa el brazo demasiado hacia atrás, por lo que el otro logra esquivarle agachándose, sin embargo no consigue aprovechar la oportunidad para golpear, solo moverse a un lado. Así se suceden los hechos, Deyan se enfada porque el otro huye sin presentar batalla, lanza el puño, el otro esquiva y huye, el público abuchea al enclenque, quieren ver a su Deyan en acción. Pero la sangre salta, todos sonríen, gritan y agitan sus papelitos. Deyan ha cazado al otro, le golpea una, dos, tres veces. Le agarra del brazo con la mano izquierda enguantada y con la derecha le sacude los problemas de la infancia, el árbitro le separa, eso no se puede hacer, pero le separa lentamente.
Fin del primer asalto, balance: el mindungui no ha tocado al campeón y éste le ha destrozado la cara. El nuevo intenta regular la respiración sentado en el taburete, mientras le echan agua por encima y le intentan cerrar los cortes. El manager murmura como murmuraba antes del combate, aquél no es su boxeador y le avergüenza estar representándole.
Segundo asalto. Deyan golpea, el otro le esquiva, Deyan vuelve a golpear, acierta y el público le alaba. Los golpes se suceden a una increíble rapidez, Deyan se confía y ya solo usa el brazo izquierdo, que se mueve hacia atrás y hacia delante como si fuese un muelle. El otro se empieza a agobiar, pero no se agobia por los golpes, se agobia porque el campeón no le deja entrar en acción, no le deja hacer lo que quiere hacer, es como estar frente a una barrera que son sus brazos, además de tener que vencer a la sensación que le invade como si hubiese bebido alcohol. Deyan lanza su puño, el otro se agacha y el guante le pasa rozando el pelo, haciendo despegar todas las gotas de sudor como si fuese rocío. Entonces el tiempo se detiene ligeramente ante los ojos del nuevo, éste se encuentra entre los brazos y el torso de Deyan, así que, casi de cuclillas, echa el brazo izquierdo hacia atrás y espera como un francotirador ante la mira, espera y lanza su puñetazo. Deyan golpea con la fuerza de un gimnasio, de los consejos de su entrenador y de su experiencia, el otro golpea con precisión médica. Deyan se va echando hacia atrás mientras el mindungui se va levantando. Deyan cae al suelo mientras el flojo da un par de pequeños saltos para desentumecer las piernas. Cuando el tremendo cuerpo choca contra el suelo el rin tiembla y las cuerdas se agitan como lianas. El campeón había recibido la ovación del público, el nuevo se gana un silencio impresionante. El árbitro se arrodilla al lado de Deyan, casi con miedo, para comprobar que está inconsciente. Así tumbado boca arriba parece casi inocente.
De pronto alguien sí grita, pero grita con rabia, y se le unen otros y luego todos. La gente más cercana al rin se levanta de sus asientos y va contra las cuerdas. Algunos hombres que disfrutarían atacando también al vencedor se ven obligados a detener a duras penas a la multitud. Alguien coge al flojo, le echa por encima la bata de mala manera y lo saca de allí. Durante el camino varios puños salen de la multitud y le golpean la cabeza, a pesar de no llevar guantes hacen menos daño que los golpes de Deyan, y sin embargo duelen más.
En un vestuario mal iluminado varios hombres gritan, unos se van, luego vuelven, entran unos nuevos. El manager no está contento, sigue murmurando igual que antes. Nadie había sobornado al boxeador para que perdiese en un momento concreto, como mucho habría que haber sobornado a Deyan para que le derribase en uno u otro asalto. Apenas le han curado las heridas, pero él calla, sentado con la espalda encorvada. Tiene un guante puesto y otro no y alguien le mete entre las manos de mala manera un cheque.
La habitación queda vacía con su excepción. Ahí dentro todo solo hay silencio, pero él escucha a la multitud gritar. Entonces se imagina que los gritos son vítores, sonríe con esfuerzo por la hinchazón general de la cara y de pronto le dan igual el dinero y los títulos, él solo quiere que le llamen Deyan.

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