Cupido venía de estar con Baco, no estaba de más el
sexo de un bacanal dejando de lado el amor de vez en cuando. Sin embargo los
bebés no deben volar cuando han bebido, son un peligro público. Así que apuntó
su flecha con punta de oro, soltó y acertó en el corazón del hombre
bienvestido. Después cogió la de la punta de plomo y apuntó a la mujer, que
estaba muy seria porque estaba caminando, y cuando caminaba pensaba y esto la
hacía estar muy seria. Cupido soltó y ahogó un grito. Había dioses de una
increíble puntería como Zeus, Atenea o Apolo, y también mortales como Ulises o
Meleagro, pero a todos ellos les estaba concedida la posibilidad de fallar, no
así a Cupido. La flecha no se clavó donde debía, pero tampoco se perdió en la
distancia, la flecha se clavó en el centro del pecho de la mujer, a la derecha
del corazón. Y así, una flecha de plomo que debió hacerla rechazar al hombre,
la envenenó de por vida haciéndole imposible querer nunca más.
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