Un sonido molesto y de pronto ella está ahí, frente a ti, y
lo primero que dice es que no te ve. Entonces te das cuenta de que tienes un
trozo de celo pegado en la cámara del ordenador “por seguridad”, así que lo
quitas mientras pides por favor, en silencio, que el celo no deje pegamento en
la cámara. Te ves en pequeño, en un cuadro en la esquina derecha de la
pantalla, y lo primero que le dices a la chica con la que no hablas desde hace
tanto tiempo es “¿Ahora mejor?”. Pero volvéis a coger aire y empezáis en serio,
lo anterior ha sido un calentamiento, ahora os saludáis tristemente formales,
hola, qué tal, bien y tú. No pierdes la ocasión de rememorar una antigua gracia
adaptada a las circunstancias y la haces reír ¡bravo! Pero ella no ríe y mira a
la pantalla, el equivalente de mirar a los ojos, sino que sonríe como triste y
agacha la cabeza hacia un lado, momento en el que tragas saliva. Ojalá sea que
aún está un poco incómoda, piensas, y planeas hacerla reír de nuevo dentro de
poco para comparar resultados. Acabas hablando, porque tú nunca hablas, solo
preguntas, y con ella tiene que ser distinto, porque siempre es distinto con
ella, así que le cuentas lo primero que te viene a la cabeza, algo curioso que
además lleva implícita la intención de crear pequeños celos. Le cuentas que
últimamente conoces gente pasivamente, en especial mujeres, que vienen a ti,
les encanta tu imagen predeterminada y te idolatran hasta que se cansan de que
no les hagas caso y se van. Pero ella te hace un par de preguntas menores
después de fingir asombro y a ti se te cae el castillo de naipes. Entonces, en
una extraña defensiva, le preguntas tú, pero ella contesta a las preguntas sin
importancia con escasa información, y las que te interesan las contesta como si
fuese de agua y éstas resbalasen por su piel. Pero qué tonto eres, que no sabes
preguntar, y eso que es lo que haces siempre, preguntas, preguntas, preguntas y
todas bruscas y te crees original, y después preguntas sobre las respuestas y
te crees psicólogo. No la haces reír y la ves triste, pero ella está allí,
hablando contigo desde quién sabe dónde (se lo tendrás que preguntar) a través
de la pantalla, pero si no quisiese hablar contigo no estaría, lo cual te da
esperanzas, o es que quería ver cómo te iba o si habías cambiado, lo cuál te
quema al pensarlo. Entonces, como un mago al que se le acaba la función, le sacas
las bromas del sexo, lo cual te ha dado información muchas veces, pero no sé
cómo se te ocurre sacar la estrategia ahora. Haces una broma sexual con algo de
gracia y mides su reacción o incluso estás atento a si continúa la broma, pero
nada, has lanzado una bomba y ni la has oído explotar. Ella de pronto dice algo
muy bonito, y sin que se aprecie por la cámara, estiras la mano y lo apuntas
con lápiz en la mesa. Le haces tres preguntas y a estas sí te responde, entonces
bajas de las nubes y te centras en mantener una conversación adaptada a la
guerra callejera que es el mundo cuando está ella. Después de toda la
conversación te hace pequeñas confidencias cuando todo está a punto de acabar.
Te dice que te tiene que dejar, tú le dices que a ver si habláis más, ella
responde de forma ambigua, después adiós y ella desaparece como una página de
internet más que se cierra, con un sonido como de bote que se hunde que hace el
programa. Piensas si decirle al día siguiente que te gustó hablar con ella,
pero descartas la idea, y entonces te pones a imaginar todas las vertientes que
podría haber tomado aquella conversación, cómo podrían haber sido, cuál habría
sido su final, o si aún no habría habido y seguiríais hablando, con ella riendo
abiertamente mirando la pantalla, que es como mirar a los ojos.
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