La ciudad de Punto Negro se encontraba en el milímetro
cincuenta y siete de una mejilla adolescente. Era una ciudad tranquila y
próspera que no dejaba de crecer, aumentando el diámetro de la misma y
destacando entre las vecindades más cercanas. Sin embargo toda prosperidad
decayó la mañana del tres de abril. Era temprano y el parte meteorológico
indicaba “ducha caliente”, situación en la cual la ciudad aprovechaba para
abrirse, y ya estaba abierta la ciudad, descansando, cuando fue atacada. No
hubo defensas que valiesen y en cuestión de segundos una bella ciudad pasó a no
ser nada. La ciudad había sido “reventada”. Pero el tiempo pasó y algo creció
sobre las ruinas de Punto Negro: la ciudad fortificada de Grano. El enemigo
nada más descubrir la nueva fundación empezó una campaña de ataques menores en
forma de barridos con la uña en la acción denominada “rascar”, pero Grano
respondía provocando picores, creciendo a su vez gracias a la infección que se
iba gestando. Sin embargo la gloria caduca y Grano fue reventada por segunda
vez. Llegado a este punto el enemigo tal vez debió haber exterminado
completamente la ciudad, pues los restos de la misma se alzaron en forma de
montaña infectada, armada con una sustancia blanca y una hinchazón considerable.
El enemigo, temeroso de lo que había creado, intentó llevar a cabo una guerra
suave y emprendió diversos modos de intentar limpiar Grano con agua y jamón, al
no dar resultado pasó a las cremas exfoliantes, el equivalente de las armas
químicas, pero tampoco logró nada pues ya era tarde para estos medios, Grano
había doblado su grosos y desprendía un líquido transparente que rechazaba
cualquier sustancia externa. El enemigo, desesperado, recurrió entonces a la
guerra total: no solo hubo dos intentos de volver a explotar la ciudad, sino
que además se roció la zona afectada con pasta dentífrica, el equivalente de
las armas atómicas, que todo lo quema.
Esta vez se produjo la desolación total de la ciudad de
Grano, dejando una pequeña marca donde no volvió a haber ningún emplazamiento.
Sin embargo, al pasar del tiempo, en aquel mismo lugar de la mejilla se erigió
un pelo, como si de un árbol se tratase, dejando constancia de lo que allí
aconteció.
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