Un hombre llama a la puerta y otro abre, entonces el que ha
llamado saca una pistola y dispara al que ha abierto en la tripa. El hombre que
ha abierto le dice enfadado al otro que no le parece bien que le dispare encima
que le ha abierto la puerta, y el otro hombre, pensándolo, se siente muy culpable
de pronto. Quisiera rebobinar el tiempo apenas unos segundos, pero no es
posible, así que decide arreglar la situación, dejarla como estaba antes, por
lo que se agacha y mete la mano en la herida para recuperar la bala. El otro
hombre grita de dolor y le dice que intentando arreglar la situación la está
empeorando, pues su mano es más grande que la bala, pero el que está agachado
ya ha extraído ésta y se dispone a meterla de nuevo en el cargador. El herido
le dice que no sea tonto, que la bala está manchada de sangre y cuando ésta se
seque hará que el arma no funcione, así que el de fuera se marcha triste, con
la cabeza gacha. El hombre herido cierra la puerta murmurando acerca de las
visitas que se dan hoy en día, después va al sofá, enciende la televisión y se
pone a ver un programa titulado “Las muertes más absurdas”.
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