Daniela tenía por aquel entonces cinco años. Un día, de
camino al colegio de la mano de su madre, vio que donde siempre había habido
una acera ahora se veía el hormigón vivo, y cuando se lo comentó a su madre
ésta le contestó que estarían de obras y que habrían levantado la acera para
poner otra. Y Daniela, con su ceño fruncido ante las explicaciones que no le
convencen, juraría al día siguiente que allí faltaban dos farolas. Un día, de
improvisto, tuvieron que dar mucha más vuelta para ir al colegio, Daniela no
entendía por qué, así que aquella tarde fue a emprender su ruta habitual para
encontrarse con que los edificios de cada acera, enfrentados por la calle, se
encontraban ahora pegados el uno al otro. Y es que alguien había estado robando
las calles.
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