lunes, 31 de marzo de 2014

Cuando en una noche fría.

Tu mano, fría, fría como el hielo pero que no quema, tu mano cogió la mía y, lentamente, la alzó. Tu otra mano también me cogió, mientras tus ojos azules, de piedra, también fríos, helados, no se separaban de los míos, los míos tampoco lo hacían, solo un momento, para mirar el río, no de agua, sino de almas que atravesaban el palacio hacia la desaparición. Me hiciste girar, y giraste conmigo, tú, de piedra helada, parecía que no te movías, pero lo hacías, conmigo, en un giro que cobraba mayor velocidad, una velocidad imposible. Tanto tiempo giramos, pero fue solo un suspiro, dos en realidad, dos que se hicieron humo, como vaho, que ascendió de mi boca, de la tuya no pues la respiración es cosa de mortales, tú tan piedra, tan frío, tan azul, yo con vida. El giro terminó y no vi a las almas ni al palacio, vi tus ojos, que ni ellos desprendían vida, tan piedra, tanta quietud, tan fríos, tan azules, tan en mí. El giro había terminado y yo desperté con el recuerdo de tu mirada, de tu cuerpo de piedra sin bello, de tu azul, de tu serenidad, de tu frío.
Pasé toda una vida esperando morir para volver a verte, vacío en vida, y cuando morí, las cosas no fueron como esperaba, no estabas junto a mí, a mi alrededor solo había almas, tu estabas allí, a lo lejos, en el palacio, dando vueltas con otra persona. Me traicionaste, el frío de tu piel azul de roca dejó de ser mío en un segundo, en el segundo que te perdí, en el segundo que me traicionaste. Me traicionaste, y lo hiciste por quién aun tuviese sangre en las mejillas.

2 comentarios:

  1. Que triste, maravilloso y bonito.

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  2. Que melancólico e inigualable relato, las lágrimas resbalan por mis mejillas, sin saber cómo ni por qué...por ti. Bravo. Emocionar a un lector; siéntete orgulloso, lo has conseguido.

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