miércoles, 5 de marzo de 2014

Dulce Marta.

Le había citado en esa biblioteca no porque tuviese miedo, sino porque tenía cosa. No es que pensase que me pudiese hacer nada malo, pero al fin y al cabo, él era un chico y yo una chica, y solo nos habíamos visto a distancia, la que pueda separar a una música de los de sus espectadores en un auditorio de los grandes. Tenía uno de esos sentimientos que no existen porque se callan y ni siquiera se piensan porque suenan absurdos, ¿y si le gustaba? Con solo pensarlo me sentía tonta.
Cuando llegué a la biblioteca, él estaba sentado en la zona "de adultos", no hay que pensar mal, simplemente es que la biblioteca está dividida en niños y adultos. Me daba la espalda, y eso me gustó, no soporto que desde un punto fijo me vean llegar, porque me pongo a pensar en si estoy andando bien y el solo pensarlo, hace que empiece a hacer cosas raras con las piernas.
Rodeé la mesa y me senté en frente, éramos tres, pues había otra chica, me molestó lo interesante que parecía. De alguna manera me decepcionaron dos cosas, la primera fue que no levantase los ojos de sus papeles nada más sentarme, sino en cuanto me notó, unos segundos después, la segunda cosa que me molestó fue que no se le pusiese una enorme sonrisa y le brillasen los ojos, estaba casi serio, y eso me hizo sentirme tonta por haberme sentado frente a él con mi bonita sonrisa. Pensé, para mi pesar, que quizá si que me hubiese gustado gustarle, y que le había malinterpretado, eso me hizo acordarme de cual había sido su excusa... o motivo, para verme. Fui a hablar y, justo antes de empezar, la chica rubia mi calló con unos ojos duros.
-Imbécil- Susurré muy muy bajito y la taché para el resto de mi vida de odiosa.
Mientras esto pasaba, en cuestión de segundos, Juan había sacado un montoncito de post-its de su cartera de cuero y, junto con un boli digno del despacho de un abogado, me lo pasó.
Menuda racha tenía, pues me había vuelto a sentir como una niña frente a los post-its amarillos, el boli y su mirada seria. Cogí el bolígrafo y dudando escribí.
-"No, iba a decir que si lo has traído."
Acercó el mensaje a sí mismo y arrugó un poco la frente, quizá sí que quería verme simplemente y eso había sido un solo excusa, y yo lo había fastidiado todo al decir lo que acababa de decir ya que daba a entender que él no me interesaba, solo lo que me había ofrecido. Estaba empezando a pensar "tierra, trágame" cuando se agachó de nuevo sobre su cartera, apoyada en el suelo, entonces un escalofrío me recorrió toda la espalda mientras pensaba que por qué le daba tantas vueltas a todo lo relacionado con ese chico.
Lo sacó, una carpeta. Esta era bonita, granate, como con mucha clase, pero lo importante es lo que había dentro, ahí estaban, un taco de hojas color crema, de alguna manera eran como muy delicadas. Me pasó el post-it.
-"Perfectas para escribir a mano."
-"Pero es que me da cosa estropearlas, están tan bien... son como para una gran obra."-Le respondí.
Automáticamente cogió el boli y le hizo una raya en la esquina a la primera hoja, la apartó e hizo lo mismo con la segunda, le detuve ahogando un grito divertido antes de que siguiese, ni se me ocurrió mirar a la chica rubia que me estaría clavando veinte cuchillos con su mirada de mármol.
-"Vale, vale, escribiré en ellas."
-"Ya no me fío de ti, ahora quiero verte empezar."- Fingí una exagerada cara de indignación, pero sonreí al pensar mi venganza. Saqué mi propio boli del bolsillo, siempre me gustaba estar "armada" y empecé, sabiendo que él leería por encima de mi brazo desde el otro lado de la mesa.
"Ahí estaba aquella chica, frente a él, y a un movimiento de muñeca de ella, todos los que estaban en esa estancia se marcharon por puertas, agujeros y ventanas, como pájaros que alzan el vuelo. Entonces ella se levantó y, a un chasquido de dedos, empezó a sonar una música, lenta pero intensa. Dejó caer la chaqueta y, moviéndose en un baile al ritmo de la canción, empezó a desabrocharse los botones de la camisa, uno a uno..."
Entonces paré y miré a Juan, estaba rojo, y aunque quise poner una cara provocativa, no pude reprimir la risa.
-Tss- Dijo la rubia, anunciando por su tensión que a la próxima tomaría medidas más graves como pedirle a la bibliotecaria que nos echase o algo así, solo me molestó que, en mi fantasía, la bibliotecaria solo me echase a mí, pero luego pensé que era porque a la chica rubia le gustaba Juan, ya que al fin y al cabo era guapo y parecía interesante, y estaba celosa de mí, eso me gustó.
-"Adiós Juan, ha sido un placer, gracias por las hojas."
Rápidamente y con peor letra me respondió.
-"Espera Golondrina, dime tu nombre fuera de la página."
Me levanté y me dirigí a la puerta, a zancadas rápidas, coleccionando miradas, apunto de alcanzarla, me cogió del brazo y me hizo girarme, le tenía cara a cara y aunque estaba disfrutando mucho de aquél juego, algo me decía que si no le contestaba, se iba a enfadar (y yo no quería eso, pero a callar).
- Marta - Mi palabra cruzó el aire y llegó a la aduana de su comprensión, y en lo que se dure en analizar una palabra, le dí un rápido pero buen beso en la mejilla y salí.
Me escondí, al fin y al cabo yo conocía ese sitio y sabía que él tenía que regresar  a por sus cosas si decidía salir a perseguirme.  Mientras observaba la puerta desde mi escondite, pensé que si no salía, habría sido una despedida para siempre, de alguna forma bella, y si salía... aceptaría seguir jugando, algo en mi interior prefería esta segunda opción y, de haber sido esta opinión persona, la habría matado. Salió, con el abrigo en una mano, la chaqueta malpuesta sobre los hombros, la cartera y todos los papeles que antes estaban sobre la mesa, en la otra. Miró como un bobo en todas direcciones y echó a correr por el pasillo.
Entonces yo sonreí, pero lo hice por estar escondida, fue una de esas sonrisas privadas que nadie debe ver.

Me dirigía a casa fantaseando con que el juego con aquél chico volvería en un par de meses en forma de ofrecimiento de más "hojas mágicas" por su parte o una especie de súplica virtual constante, muy divertida para mí, en la que me pediría que asomase el pie con tacón de cristal por debajo de la puerta. Pero el mensaje que recibí fue muy distinto, decía "la última página".
Saqué de mi mochila la carpeta, y de esta, las hojas. Pasé una a una para no llevarme sorpresas, miraba por detrás y por delante. Finalmente, llegué a la última.
"Este sábado a las seis en el banco del parque", posiblemente, con estos datos nadie hubiese entendido nada, pero él había hecho un dibujo en el resto de la hoja a boli precioso, en el que describía a la perfección un parque, un banco, un par de lugares conocidos de aquél sitio que poder usar como referencias y multitud de detalles.

No conocía ese lugar, pero estaba deseando conocerlo el sábado.

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