jueves, 6 de marzo de 2014

Sábanas del Mediterráneo.

Me despierto en una habitación que no me suena de nada, de paredes y sábanas blancas, una habitación muy bien iluminada... espera un momento ¿qué hora es? hace varias horas que debería estar en clase. Me levanto y abro la ventana... sí, en clase iba a estar... eso que está frente a mí es el Mediterráneo, con su olor a sal de verano. Pienso que por tomarme un día libre no pasa nada, y me dedico a investigar a fondo la habitación. Hay muy pocos muebles y nada que sea mío y, como aun estoy en ropa interior, me pongo lo primero que encuentro en un baúl, camisa y pantalones grandes, cómodos y ligeros. Salgo al pasillo que está algo más oscuro, veo un par de puertas cerradas y empiezo a bajar las escaleras procurando no hacer ruido, pero como los escalones son viejos y de madera, me van traicionando en cada pisada. Cuando llego abajo, miro hacia un lado y veo un amplio salón con vistas a un jardín con olivos y tras este, el mar. En la otra dirección mi mirada se cruza con la de una anciana que cortaba frutas en pila de la cocina y aun tiene el cuchillo en la mano. No me muevo, al fin y al cabo no se qué hago allí, pero entonces ella sonríe y yo lo hago aun más, con una especie de alivio místico. Se abre la puerta y entra una chica de mi edad, quizá un poco mayor, con algo de compra en una bolsa de cartón marrón sin asas. Es preciosa, se acerca y me da un beso.
-¿Te acabas de levantar? La comida ya está casi.
Mientras entra en la cocina dándome la espalda y empieza a poner la mesa y la señora mayor vuelve a cortar cosas varias, yo ahí, pasmado, pienso que puedo quedarme todo el día, a ver que tal va todo.

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