sábado, 15 de marzo de 2014

curiosidad

Soy una persona curiosa y hay gente que no lo entiende. No lo entiende la chica que tiene veintitrés años y aun está en mi curso y no lo entiende el profesor de lengua.
Hay dos aulas que tienen unas vistas algo dignas, una muestra tejados brotando de muchas copas de árboles, me gusta, pero excepto por el avión del momento, es una imagen fija, como un cuadro, el único juego que me permite es quitarme y ponerme las gafas, para ver como vienen y van los detalles de las casas. Pero sin duda, la mejor aula es esa, la que tiene la Gran vista. Se ven algunas casas y árboles, sí, pero eso es si no sabes mirar y miras lo primero que te encuentras, ya puestos también puedes bajar la vista y ver la entrada del instituto, como si fueses la loca encerrada en el piso más alto de la mansión que ve llegar al psicólogo. La vista se extiende más allá, a un lado, Madrid, al otro, su desierto, una larga carretera y al fondo del todo, la sierra de Guadarrama, no sabéis que juego me ha dado esto último, cuando yo miraba, veía el fondo e imaginaba. Vistas tan amplias y profundas son las que me hacen volar de la forma más literal posible sin llegar a usar ningún aparato, pues me imagino cayendo y tras esto, no caer, volar, pero no subir a las nubes, sino volar sobre la tierra a la misma altura a la que está el aula, también vale saltar, tocar el suelo y tras esto, alzarse muchísimo, es genial.
Pero volviendo al tema, el profesor que no entiende mis preguntas sobre geografía de la zona y la alumna imbécil que me cree loco por mirar esa carretera, mirarla fijamente y perderme en ella. Ella me ve mirando, pero concentrado, no embobado, yo veo una carretera y pienso "hay millones de personas en el mundo, pero la gente no se da cuenta de cuánto es eso, yo, con solo ver esa carretera por la que pasan camiones, furgonetas blancas y coches, me imagino la vida de cada conductor con toda multitud de detalles, y solo así comprendo lo grande que es todo, menos yo, claro, que en ese aula, me encuentro a la altura de las montañas".

Esto era verdad, lo que viene ahora no lo es.

Pensando en eso, en que cada persona tiene una vida con su multitud de detalles, decidí observar uno, por eso me colé en un cementerio de personas ricas, en un funeral. Que el cementerio fuese de ricos lo decidí porque así me podría esconder en esa especie de bosque y observar la procesión. Todo iba bien, todo era triste, todo iba bien, hasta que un hombre me miró, y debió pensar que yo era quien más quería al difunto, y que por eso me escondía, para tragarme mi dolor en el autonoconsuelo, esto me hizo gracia, casi sonrío, por eso odié a ese hombre, pero es que luego me di cuenta de que aquél hombre lo había estropeado todo, me había metido en esa historia, y encima de manera protagonista, entonces le odié aun más.
Algo más tarde caí en depresión pues me di cuenta de que los conductores de los coches no existían al estar lejos, que la gente no sufría de vida y de detalles mientras no estuviese yo allí, de alguna manera, aunque fuese de manera pasiva. ¿Era acaso yo un Dios que daba la existencia a quien se metiese de alguna manera en mi vida? Por eso escribí esto, para pensar que alguien lo leía y me llamaba prepotente, egocéntrico, estúpido, para pensar que esa persona podía pensar esto mismo y que yo existía para esa persona solo cuando me leía. Así conseguiría que el mundo volviese a ser mundo, así devolvería, con mala gana, los detalles a la gente.

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